Crítica: Doña Flor y sus Dos Maridos (1976)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorBrasil, 1976: Sonia Braga (doña Florípides “Flor” Guimarães), José Wilker (Valdomiro ‘Vadinho’ Santos Guimarães), Mauro Mendonça (Dr. Teodoro Madureira), Dinorah Brillanti (Rozilda), Nelson Xavier (Mirandão)

Director: Bruno Barreto, Guión: Bruno Barreto, Eduardo Coutinho & Leopoldo Serran, basados en la novela homónima de Jorge Amado

Trama: Bahia, Brasil, año 1943. Flor es una bella mulata que se ha casado con Vadinho, un vago, mujeriego y apostador. No pasa mucho tiempo antes que el desquiciado estilo de vida de Vadinho haga mella en la delicada Flor, pero la chica se resiste a aceptar los consejos de parientes y amigos de que abandone al sátrapa de su marido. En una de sus descontroladas salidas Vadinho sufre un ataque al corazón y fallece. Ahora Flor se ha transformado en una apetecible viuda y Teodoro, el sobrio farmacéutico del pueblo, ha comenzado a insinuársele. Siguiendo el consejo de sus amigos Flor se casa con Teodoro y todo parece ir sobre ruedas, aunque el farmaceútico es demasiado rutinario y aburrido. Pero Flor extraña la pasión de Vadinho … y la extraña con tanta fuerza que termina por invocar al fantasma de su fallecido esposo, el cual parece haber regresado tan lascivo como siempre, y con intenciones de no irse nunca más de su vida.

Arlequín: Crítica: Doña Flor y sus Dos Maridos (1976)

Ciertamente uno no puede dejar de tildar a Doña Flor y sus Dos Maridos como una película optimista. No sólo por su temática, sino también por haber aparecido en una etapa negra de la historia sudamericana – en donde las dictaduras, las torturas y los desaparecidos estaban por todos lados, pero difícilmente se los podía nombrar -. Es difícil imaginar que en semejante escenario alguien haya aparecido con un relato – tan tonto como simpático – sobre una joven viuda que extraña tanto la pasión de su primer marido que termina por invocarlo para revolcarse con el fantasma de su ex.

Pero los brasileros tenían ese poder, y lograron atrapar la atención de multitudes, convirtiendo a Doña Flor y sus Dos Maridos en todo un clásico. La gente quería magia y quería humor, y el filme les prometía todo eso, transportando a la audiencia a un paraíso colorinche durante casi dos horas. En algunos lugares el filme estuvo en cartel durante meses, y siempre con funciones agotadas. El boca a boca fue monumental, y las multitudes hacían enormes colas para ver esa delicia cinematográfica de la que todos hablaban.

Es innegable que Doña Flor y sus Dos Maridos tiene su ángel. En una época marcada por el puritanismo, su desfachatez era un bálsamo refrescante. Todo pasa por José Wilker, el que absorbe el filme en todas las escenas en las que aparece. Ok, está Sonia Braga, que es una buena actriz y no tiene el menor problema en desnudarse cada vez que le chistan, pero lo suyo aquí es secundario. Quizás se haya ganado el estrellato por su piel café, sus labios hiperrojos y sus gruesas cejas negras, lo que le da un encanto latino similar a Carmen Miranda o Frida Kahlo; pero también es cierto que demoraría 10 años más en llegar a Hollywood para capitalizar el éxito del filme … y posiblemente lo haya hecho como la novedad exótica del momento.

Debo admitir que me llevé cierta decepción con la película. Toda la situación fantástica de marras – que fué lo que me inclinó a incluirla en este portal – recién surge en los últimos 15 minutos de la película, y ni siquiera está demasiado desarrollada. Por contra, hay situaciones del filme que se hacen eternas. He aquí una película a la que le sobra media hora con facilidad, y se nota. Hay una continua repetitividad de las acciones – Vadinho es mujeriego, es mujeriego, es mujeriego; Vadinho va a jugarse todo a la ruleta, a la ruleta, a la ruleta; etc, etc, etc – que a veces cansa. Es cierto que el personaje es la piel de Judas y tiene su encanto, pero tampoco el racconto repetitivo de sus excesos termina por aportar algo más substancioso a su perfil de lo que ya conocemos.

Este tipo sí que es un auténtico tiro al aire: estafador, apostador, mujeriego, borrachin, golpeador, que vive la joda loca y sólo es fiel a sí mismo. Está casado con una mujer abnegada y trabajadora, quizás por la necesidad de tener a alguien normal a su lado para tener algún asidero en el mundo y, de paso, poder explotarlo financieramente. Hay algún que otro detalle que, si bien no redime a Vadinho, al menos le da un matiz menos detestable: cuando se excede, pide perdón y arma ostentosas fiestas para agasajar a Flor; y su pasión por esta mujer es ardiente y auténtica.

Pero el amor es ciego y sólo el destino – con la muerte del desquiciado egoista – terminará por tomar una decisión que Flor debería haber tomado hace años. Y, aún en la paz y la normalidad, el recuerdo de esas noches de pasión asaltan y torturan a la ardiente viudita... quien se ha involucrado con el tipo más pasmado de todo el pueblo.

Si hay una moraleja en todo esto, es que lo perverso tiene su gracia y termina ponerle a sal a nuestra existencia. Lo de Flor es como una especie de versión brasilera del Fausto, en donde el cumplimiento del contrato es tan torturante como intenso, y resulta mucho más satisfactorio que una aburrida y rutinaria vida normal.

Doña Flor y sus Dos Maridos es una película simpática y algo lenta. Quizás uno se ha acostumbrado a otros ritmos cinematográficos con el paso de los años, y por ello obtiene esa sensación de morosidad. La anécdota del título llega tarde, dura demasiado poco y está a medio cocinar, cuando uno esperaba que el filme empezara realmente a partir de allí.