Crítica: Doctor Strange: El Hechicero Supremo (2007)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2007: Bryce Johnson (doctor Strange), Paul Nakauchi (Wong), Michael Yama (anciano), Kevin Michael Richardson (Mordo), Jonathan Adams (Dormammu)

Director: Patrick Archibald, Jay Oliva, Richard Sebast & Frank D. Paur, Guión: Greg Johnson, basado en el comic de la Marvel creado por Stan Lee y Steve Ditko

Trama: Stephen Strange es un brillante neurocirujano que sólo vive para sí mismo. El destino le juega una mala pasada cuando sufre un accidente de auto y sus manos – imprescindibles para las delicadas cirugías que requiere su especialidad – quedan totalmente inutilizadas. Cayendo en una espiral de degradación y depresión, Strange decide suicidarse pero es salvado a último momento por un misterioso extraño, quien le dice que la solución para su problema (y su vida) se encuentra en el Tibet. Utilizando sus últimos ahorros, Strange llega al Tibet en donde es recibido por el gran anciano, un sabio con poderes místicos que cree haber visto potencial en el atormentado médico. Allí será duramente entrenado, tanto en las artes marciales como en el uso de la magia, ya que Strange potentes habilidades innatas que debe aprender a explotar… y que resultarán necesarias para salvar al mundo de las garras del demonio Dormammu, el cual se ha escapado de su prisión interdimensional y se encuentra en la Tierra con intenciones de arrasarla.

Doctor Strange: El Hechicero Supremo Ya que vamos a entrar en terrenos místicos, hablemos de mal karma. Yo siento que las adaptaciones animadas de la Marvel tienen mal karma. Son sosas, corrientes, poco excitantes, y carecen de villanos como la gente. Mientras que la DC puede apelar a la infinidad de re-versiones que posee sobre sus personajes (cuántos autores de calidad han pasado por Batman y Superman y han dejardo miniseries memorables!) para generar películas animadas emocionantes, la Marvel es rutinaria. Quizás su stock de directores carezca de talento, quizás los guionistas no saben como generar un buen villano… quizás sean demasiadas cosas. Ese karma se repite en esta versión animada de Doctor Strange, un personaje secundario del panteón de superhéroes de la Marvel: la historia tiene su potencial, pero intenta meter demasiada información y demasiados personajes en muy poco tiempo, y no da demasiadas explicaciones de por qué pasa lo que pasa.

Doctor Strange es otro hijo de Stan Lee, esta vez en colaboración con Steve Ditko. Nació en 1963, y tuvo su pico de popularidad en los 60, ya que la mezcla de magia, misticismo y surrealismo entusiasmó a la audiencia más hippona del comic, quien creyó encontrar subtextos ocultos en las viñetas de la historieta. Así como Lee se metió con las leyendas nórdicas en Thor (para intentar generar algo diferente en el mundo del comic), ahora había decidido adentrarse en la fantasía creando a un mago supremo adiestrado en el Tibet, y guardián de portales interdimensionales que encerraban a dioses oscuros y demonios del abismo; pero lo que resulta evidente – luego de ver el film – es que toda esa fanfarria es un intento de disimular que Doctor Strange es una especie de equivalente de la Marvel de Linterna Verde. Crea cosas con la mente, es el protector del mundo, debe combatir entidades sobrenaturales, vigila portales interdimensionales, lidera un cuerpo de élite, etc, etc.

En el caso que nos ocupa, Doctor Strange: El Hechicero Supremo es un filme con serios problemas narrativos. Parte del problema reside en sus breves 76 minutos, que están ocupados de manera dispar. Aquí el protagonista es un cretino de aquellos, un cirujano brillante que sólo atiende los casos más raros o interesantes (¿Doctor House?), y que sufre un accidente automovilistico que le altera la vida en cuestión de segundos. Con sus manos inútilizadas, el absorbente doctor pierde su carrera y status, y decide mudarse al otro barrio saltando desde un puente. Como un hechicero lo venía observando desde hace rato – y asume por las pruebas de que Strange tiene dones ocultos -, decide salvarlo y le pasa el dato de 0800 – Tibet, en donde pueden ayudarlo con el tema de las manos. Como a esa altura Strange está dispuesto a comprar cualquier buzón que le cambie la vida, decide irse al tuje del mundo (siguiendo el consejo de un extraño!!), y se topa con el anciano maestro sabelotodo propio de cualquier épica legendaria ubicada en el lejano oriente. Lo que sigue es la misma rutina que vimos hasta la saciedad en Kill Bill, Karate Kid, la serie Kung Fu, etc, etc, en donde el insoportable maestro de turno se despacha con cátedras enteras de filosofía barata y zapatos de goma mientras el discípulo ejecuta una serie de pruebas bestiales y reza para que no le exploten las hemorroides por el esfuerzo al que es sometido. En Doctor Strange este calvario toma unos larguísimos 60 minutos (que parecen aún mas largos ya que hay varios flashbacks con una subtrama que explica cómo Strange se hizo médico), dejándole al filme unos míseros 16 minutos para desarrollar un villano y explicar qué cacso hace toda esta gente en el Tibet, combatiendo demonios, vigilando portales interdimensionales, y comiéndose asaditos en el Santo Santuario. Por supuesto que ese tiempo no alcanza para desarrollar todo esto como la gente, con lo cual uno termina por aceptar las cosas como son y a la fuerza, amén de que nuestro protagonista sigue siendo tan antipático como lo era en el primer fotograma.

Como pasatiempo, Doctor Strange: El Hechicero Supremo safa. Pero es un esfuerzo mediocre sobre un personaje que tiene su potencial; en todo caso, es un producto escaso de talento que viene a probar las limitaciones y defectos que suelen achacarle los criticos de los cómics al género: es hueca, carece de personajes interesantes, se engolosina con la acción y no expone la historia al ritmo que debería.