Crítica: Siete Días de Mayo (1964)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1964: Frederic March (Presidente Jordan Lyman), Kirk Douglas (Coronel Martin ‘Jiggs’ Casey), Burt Lancaster (General James Mattoon Scott), Edmond O’Brien (Senador Raymond Clark), Martin Balsam (Paul Girard), Ava Gardner (Eleanor Holbrook), Andrew Duggan (Coronel William Henderson)

Director: John Frankenheimer, Guión: Rod Serling, basado en la novela homónima de Charles W. Bailey II & Fletcher Knebel

Recomendación del Editor

Trama: Estados Unidos, en un 1970 alternativo. El presidente Jordan Lyman acaba de firmar un tratado de desarme nuclear con los soviéticos, lo que ha provocado masivos movimientos de protesta. Con su imagen en baja, la contrafigura que surge es el comandante en jefe del ejército, el general James Mattoon Scott, el cual posee una postura fervientemente belicista y está en contra del tratado. Es precisamente el secretario de Scott, el coronel “Jiggs” Casey, quien comienza a advertir una serie de irregularidades relacionadas con un masivo ejercicio de movilización de tropas que tendrá lugar el próximo domingo, y que involucran al presidente como máxima autoridad involucrada. Pero no pasa mucho tiempo antes que Casey termine de convencerse que Scott se encuentra preparando un golpe de estado, y decide acudir al presidente en persona. El problema es que Lyman es un individuo acorralado políticamente, y sólo le queda apelar a su ingenio para formar una camarilla de fieles seguidores que puedan ayudarlo en este difícil momento… quedando el juego planteado en un duelo personal entre Lyman y Scott, del cual sólo podrá emerger un vencedor.

Siete Dias de Mayo En los 60 el brillante director John Frankenheimer se despachó con lo se conoce habitualmente como la “trilogía paranoica”un tríptico de filmes enfocados en densas conspiraciones, y compuesto por El Embajador del Miedo (1962), El Otro Señor Hamilton (1966) y el título que ahora nos ocupa -. La macana es que El Otro Señor Hamilton resultó ser un resonante fracaso de crítica y público en su momento, lo cual hundiría a Frankenheimer en los abismos de la depresión y el alcoholismo, factores que desbarrancarían su carrera hasta su muerte en el 2002.

Pero en 1964 Frankenheimer estaba en el apogeo, y de qué manera. Sumemos a las dotes del director el talento de Rod Serling – genio y figura detrás de la serie de TV de culto La Dimensión Desconocida – como guionista, y lo que obtenemos es una joya. Ciertamente Siete Días de Mayo entra más en el terreno de la ficción política que en el de la ciencia ficción – el filme transcurre unos años en el futuro, y hay algún que otro detalle mínimo de tecnología (como las videoconferencias) como para aducir que estamos en otra época (supuestamente un 1970 alternativo) -, ya que lo suyo es el debate de ideas. En ese sentido el filme se erige como un duelo de discursos, en donde Serling contrapone ideas radicales pero con el suficiente tino como para hacerlas creíbles e, incluso, defendibles. El general rebelde no es un loco mesiánico sino un individuo cabal e íntegro que expone sus pensamientos de manera eminentemente plausible – a excepción de su rebelión contra las autoridades (y el intento de golpe de estado), no hay nada que pueda desacreditarlo -, e incluso su ayudante (Kirk Douglas) sale a defenderlo del repudio de los políticos en más de una ocasión, aún cuando la conspiración está revelada y los propósitos del general atenten contra la legalidad constitucional. En todo caso el personaje de Burt Lancaster simboliza al patriota heroico que siente que su destino de defender la nación resulta traicionado por la cobardía y el oportunismo de los políticos. Por contra, el idealista presidente que compone Frederic March representa el sentido común y la mesura, la cual es contraproducente en tiempos de emociones agitadas. Con ese panorama Serling expone dos posturas antagónicas pero pasmosamente coherentes en sus propios términos, colocando al espectador en un dilema ya que ambas facciones manejan su cuota de verdades irrefutables. En ese sentido me hace acordar a otro artefacto de la Guerra Fría, el clásico Fail Safe (1964), en donde el personaje de Walter Matthau (en un principio, un extremista detestable) dispara una cuota de afirmaciones tan lógicas como estremecedoras, mostrando inteligencia y amoralidad al mismo tiempo.

En sí, Siete Días de Mayo es una cápsula del tiempo de las contradicciones internas de la Guerra Fría. El enemigo claramente está en Rusia pero, en casa, las cosas no están en orden. Sin dudas la historia (y el cine) han demostrado que proliferan los militares de gatillo fácil, aquellos que ven a la guerra como un juego de estrategias, o los que prefieren una victoria pírrica para ver exterminado a su enemigo de una vez por todas; extremistas a los cuales el presidente debe frenar todo el tiempo para evitar que desaten una hecatombe irremediable. Mientras que en esos casos lo que hemos visto han sido oficiales subordinados al poder y deseosos de convencer a la autoridad que tome una decisión radical, lo que aquí encontramos es un militar que cree que la política actúa por cobardía e ingenuidad, y que desconfía de la sinceridad de un enemigo decididamente amoral; por dicha razón, estima que el poder estará mejor en las manos de aquellos que han dado su vida por la nación en vez de individuos que sólo se guían por las estadísticas de popularidad. Es una situación particularmente tensa, en especial cuando el militar rebelde comienza a obtener apoyos secretos de sus camaradas y de políticos radicales, quienes estiman que la nación se ha bajado los pantalones delante de su enemigo. Pero, en vez de pintar todo esto en una escala de blanco y negro, el guión de Serling prefiere matizarlo con diferentes tonos de gris. Los militares vociferan que ningún acuerdo político pudo evitar una guerra, y que los uniformados han sido usados y abusados por los políticos para mandarlos a morir al frente cuando cometen un error diplomático o, bien, para defenestrarlos (como dementes belicosos) en pos de alguna causa pacifista. Por otra parte, los políticos argumentan que el arsenal nuclear es excesivo, y que se puede hablar de una paz armada sin armas de destrucción masiva. En ese caso, ¿cuál de las partes tiene la razón?.

Mientras veía Siete Días de Mayo, no dejaba de pensar en las revueltas militares ocurridas a lo largo de la convulsionada historia argentina. No es difícil ver a algún presidente argentino en la misma situación de Jordan Lyman: un individuo cuya autoridad es desafiada por los uniformados, y que se ve obligado a tomar medidas desesperadas utilizando los escasos recursos que tiene a su disposición. Rodearse de fieles, realizar sus propias investigaciones, tomar cursos de acción exasperantes. Es por ello que – en vista de nuestra propia experiencia histórica – el climax de Siete Dias de Mayo se ve muy naif. Las palabras no pueden detener el accionar de los uniformados cuando éstos se han transformado en una fuerza opositora al régimen establecido; más aún en las circunstancias del filme, en donde el personaje de Burt Lancaster posee un masivo apoyo popular. Mientras que el final se erige como una diatriba idealista, por otra parte resuelve con excesiva sencillez un esquema harto complejo que se encontraba en movimiento y que estaba preparado con demasiada antelación. Quizás Frederic March hubiera precisado una Plaza de Mayo atestada de demócratas (sin importar su color político) que hubiera salido a apoyarlo en contra de un declarado intento de golpe de estado, en vez de presionar una serie de renuncias a causa de un simple papelito firmado.

Aún con ello, Siete Días de Mayo resulta excelente e intensa. La escena en el salón oval, en donde March y Lancaster se sacan las máscaras y se disparan con artillería verbal de alto calibre, es de una altura intelectual impresionante. Por otra parte Kirk Douglas – relegado a un papel secundario y más sutil – está más que adecuado. El individuo pasa por numerosos estadíos emocionales, con el desborde que le supone permanecer siendo honesto a sus ideales mientras se ve obligado a traicionar a sus admirados superiores ante la sensación de que están a punto de cometer un error imperdonable.

Siete Días de Mayo es notable por donde se la mire. Es un filme que desborda inteligencia, es creíble y es apasionante. Desborda tensión y es riquísimo en ideas, cualidades que pocos especímenes de su clase pueden alcanzar con la maestría que el filme exhibe.

LA “TRILOGÍA PARANOICA” DE JOHN FRANKENHEIMER

El Embajador del Miedo (1962) – Siete Días de Mayo (1964) – El Otro Señor Hamilton (1966). The Enemy Within (1994) es una decepcionante remake de Siete Días de Mayo, producida por HBO.