Crítica: La Casa con un Reloj en sus Paredes (2018)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

3 atómicos: buenaUSA, 2018: Owen Vaccaro (Lewis Barnavelt), Jack Black (Jonathan Barnavelt), Cate Blanchett (Florence Zimmerman), Kyle MacLachlan (Isaac Izard), Sunny Suljic (Tarby Corrigan)

Director: Eli Roth – Guión: Eric Kripke, basado en la novela de John Bellairs

Trama: Los padres de Lewis Barnavelt han fallecido en un accidente. Ahora el chico ha sido enviado con su único pariente vivo, su tío Jonathan Barnavelt, cuya fama de excéntrico lo ha llevado a cortar lazos con su familia. Pero lo que ocurre en realidad es que Jonathan es un hechicero, un detalle que nunca le agradó a la fallecida madre de Lewis y razón por la cual pusieron distancia todos estos años. En compañía de su vecina Florence Zimmerman – una bruja que ha perdido el poder y que está enamorada platónicamente de Jonathan desde hace años – su disparatado tío comenzará a introducirlo en el camino de la magia. Pero lo que ocurre es que la casa en donde viven oculta un misterio: habiendo pertenecido a un poderoso mago que falleció en extrañas circunstancias, existe la leyenda de que hay un reloj gigantesco oculto entre sus paredes. Jonathan y Florence han revisado la casa una y otra vez sin encontrar el artefacto – cuyo poderoso tic tac se escucha mas fuerte durante la madrugada -; pero quizás la respuesta la tenga Lewis, el cual ha accedido a un libro de magia oscura que su tío expresamente le prohibió leer. Y ahora el chico ha desencadenado un hechizo por accidente, liberando toda la magia contenida en el reloj y desatando todo tipo de sucesos con consecuencias impensables.

Esta es la semana de las películas fallidas. Con La Casa con un Reloj en las Paredes me pasa lo mismo que con Nacido Para Ser Rey: una aventura infantil que pinta ser formidable, grandes personajes, momentos emotivos… y una historia que termina haciendo agua por todos lados sobre el final. Son filmes que estuvieron a un pelo de la grandeza… o al menos, de la recomendación acalorada. Puede que el director Eli Roth – meister del cine de terror mas duro y puro, saliendo de su zona de confort y haciendo su debut en el cine infantil – no sea el mas apto para la comedia, pero creo que los problemas son menos de dirección que de historia. No se trata del libreto sino que el texto original tiene una historia que resuelve de los pelos y de manera poco excitante.

El cast es un lujo. Cate Blanchett sigue siendo la bruja mas sexy del mundo – con esa voz grave que te derrite la ropa interior -, pero es Jack Black el que descolla. Maquillado de manera maquiavélica, parece un joven Orson Welles, y se relame con cada línea de diálogo. Es emotivo, gracioso, misterioso y, sobre todo, no sobreactúa ni desentona. Creo que ésta es la mejor performance que le he visto junto con su Carl Denham de King Kong.

La idea de irse a vivir con tu tío brujo (y su vecina hechicera) suena espléndida. Mas cuando tu nueva casa está embrujada y parece un ser viviente – los animales de ligustrina andan sueltos por el jardín, hay una mecedora traviesa y por la casa deambulan varios animales exóticos fruto de hechizos fallidos -. Ok, si llegas a vivir con tu tío es porque tus padres fallecieron, y ahí es donde La Casa con un Reloj en las Paredes consigue bazas sólidas. Otro tanto con la tragedia familiar de la Blanchett, que el libreto deja escapar entre sus manos pero que sugiere tímidamente que su esposo y su hija murieron en los campos de concentración de los nazis – todo esto ocurre en 1955, así que la Segunda Guerra Mundial es reciente -. La Blanchett va algo en piloto automático y solo brilla cuando se intercambia puteadas creativas con Black pero, sobre el final, Galadriel saca todo su pathos para recriminarle a Black sobre su deseo de deshacerse del chico… cuando ella mataría por volver a ser madre de un niño siquiera durante un minuto. En la química de Black con el niño y la de Black con la Blanchett es donde el filme brilla. Lástima que a mitad de camino las cosas se ponchan porque el plan del villano es demasiado estúpido y rebuscado.

Eli Roth no es Tim Burton – que es lo que el médico habría recetado para este tipo de historia – y se nota. El aspecto fantástico no deslumbra, y eso que hablamos de una casa embrujada y un par de parientes hechiceros. Hasta la batalla final con calabazas malévolas y muñecos asesinos suena deslucido. Pero donde el filme brilla es con el subtexto de las pérdidas, donde todos estos personajes deben pasar por el proceso de aceptar la desaparición de quienes fueron importantes en sus vidas – la Blanchett con su esposo y su hija; el chico con sus padres; Black, al darse cuenta que su hermana (el único resto de su familia que le quedaba) se ha ido -, y con los primeros pasos de Owen Vaccaro en el terreno de la magia. Si el libretista Eric Pripke hubiese tenido la valentía de remodelar por completo el final original del libro, La Casa con un Reloj en las Paredes hubiese sido una gran película. Así como está es pasable, no superlativa, y un buen doble programa para ver junto con Goosebumps (doblete de Jack Black) en una noche fría de Halloween junto con malvaviscos y dulces a rolete… cosa de tener a los pocos días una explosión de caries en la boca.