Crítica: El Blanco de Cuatro Estrellas (Objetivo: Patton) (1978)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1978: John Cassavetes (mayor Joe De Lucca), Sophia Loren (Mara), George Kennedy (general George S. Patton), Robert Vaughn (coronel Donald Rogers), Patrick McGoohan (coronel Mike McCauley), Max von Sydow (Martin Webber)

Director: John Hough, Guión: Alvin Boretz, basado en la novela The Algonquin Project de Frederick Nolan

Trama: Alemania, en los primeros meses de las post-guerra. Los aliados encuentran una gigantesca reserva de lingotes de oro – que los nazis escondieron en el interior de una mina – y se aprestan a trasladarlos a un lugar seguro; pero, a mitad de camino, el tren que realiza el traslado es emboscado y su cargamento desaparece. Presionado por las fuerzas aliadas, el mismísimo general George S. Patton se pone al mando de la investigación del robo, pero corruptos oficiales norteamericanos deciden conspirar para liquidar a Patton y cerrar la investigación. El mayor Joe De Lucca descubre accidentalmente pistas acerca del complot, y así logra enterarse que un implacable asesino a sueldo ha sido contratado para cumplir con el trabajo. Y, mientras el tiempo corre, De Lucca deberá descubrir la identidad del asesino y detenerlo antes que mate a Patton y cubra el rastro de los ladrones, los cuales han comenzado a liquidar todas las pistas que conducen hasta ellos.

El Blanco de Cuatro Estrellas (Objetivo: Patton) Hablemos de películas mediocres: El Blanco de Cuatro Estrellas vendría a ser un ejemplo típico. El resumen de la trama te da la sensación que se trata de una gran historia, pero la ejecución deja mucho que desear. Como las parrafadas que suelen exhibir los lomos de las noveluchas que pretenden auto-venderse como el próximo gran best seller del año, el resumen anticipa una historia excitante e inteligente que jamás se concreta. Y las cosas se ponen peor sobre el final, en donde el exceso de coincidencias matan la poca credibilidad que le quedaba al relato.

El filme comienza como si fuera una gran película de atracos. Un tren atiborrado de oro nazi es emboscado en el interior de un túnel, y su cargamento desaparece. El mismo general Patton (no George Scott sino George Kennedy, excedido de peso y copiando los manerismos de Scott) se hace cargo de la investigación del robo… la cual queda en completo punto muerto durante el resto de la película. El problema es que, a partir de entonces, lo que sigue es el desarrollo de la rebuscada conspiración para matar a Patton (como si después de liquidar al tipo el gobierno norteamericano no fuera a poner a nadie a cargo de la investigación!) y el descubrimiento de las pìstas para dar con el asesino. En la vida real Patton falleció a causa de un accidente automovilistico, pero al autor se le antojó que en realidad hubo un complot para matarlo, utilizando una de esas armas sofisticadas que no deja rastro – acá es un rifle de aire comprimido que dispara bulones del tamaño de un corcho de champagne -. Ciertamente todo esto es una pavada grande como una casa, ya que cuando el asesino – Max von Sydow, interpretando por enésima vez en su carrera a un sicario – entra en acción, no duda en dejar un reguero de cadáveres atiborrados de balas, los cuales difícilmente puedan calificar como “muertes por causas naturales”.

En vez de explicar el desarrollo del robo (imaginen contrabandear un gigantesco cargamento de oro en la ultra militarizada Alemania de la post guerra), el autor decide irse por la tangente y se despacha con un clon de El Dia del Chacal otro asesino a sueldo preparando cuidadosamente un magnicidio -, el cual resulta mucho menos interesante que el clásico de Fred Zinnemman. Ciertamente el personaje de Max von Sydow es el único interesante de toda la historia – el tipo opera como jefe del comité de refugiados durante el día, y por las noches es un expeditivo asesino a sueldo -, porque el resto deja muchísimo que desear. El primer problema es el casting, comenzando por el amarguísimo John Cassavetes, el cual es simplemente inadecuado como héroe de la historia. Como cineasta Cassavetes será una gloria del cine independiente pero como actor apesta, siendo incapaz de mover un músculo facial y cambiar su constante expresión de chupar limones agrios. El otro ofensor de los sentidos es Patrick McGoohan, el que parece decidido a dar la peor (sobre) actuación de su carrera – la cual es cortada en seco por Mr. Sydow y sus amigos, gracias a Dios -. Seguimos por Sophia “hormonas calientes” Loren, la que parece ser la única mujer que existe en Europa, ya que medio elenco se ha acostado con ella – detalle absurdo si lo hay, ya que se trata de una desahuciada refugiada que anduvo con un yanqui, un inglés y hasta con un suizo; otra que las Naciones Unidas -. El personaje de la Loren viene a ser el colmo de lo absurdo, simplemente porque ella aparece en los momentos justos para hacer revelaciones inadecuadas a los personajes incorrectos y, de ese modo, hacer avanzar la trama. Por último está Robert Vaughn, el cual hace de villano gay – así es, parece que Napoleón ya no está Solo yse lustra al papá de las Gilmore Girls -. El punto es que su homosexualidad no agrega nada a su personaje y, en todo caso, parece un detalle despectivo / discriminatorio sobre su persona.

Pero, por si todo esto fuera poco – mala elección de actores, personajes mal delineadosEl Blanco de Cuatro Estrellas se las arregla para enredarse con su propia trama. En un momento Vaughn y los suyos se dedican a rastrear a von Sydow – a quien conocen de nombre – para liquidarlo (!) antes que Cassavetes y sus huestes logren apresarlo y hacerlo cantar. El final es un disparate mayúsculo, con un exceso de muertes, coincidencias y revelaciones estúpidas de último momento. Que alguien me diga por qué Max von Sydow decidió seguir adelante con todo el operativo después que todos sus patrocinadores terminaron criando malvas en el cementerio.

El Blanco de Cuatro Estrellas es una mediocridad sobreproducida. Salvo Max von Sydow, el resto no vale la pena. Está mal concebida y no satisface a nadie, ni siquiera como uno de esos rellenos que uno encuentra a veces en el cable y con el cual solemos matar algunos minutos de nuestro tiempo.