Crítica: Ben-Hur (1959)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1959: Charlton Heston (Judah Ben-Hur), Jack Hawkins (Quintus Arrius), Haya Harareet (Esther), Stephen Boyd (Messala), Hugh Griffith (Sheik Ilderim)

Director: William Wyler, Guión: Karl Tunberg, basado en la novela homónima del General Lee Wallace

Recomendación del Editor

Trama: Año 26 de la era cristiana. Judah Ben-Hur es un rico mercader judío que vive en Jerusalén, en las épocas de la ocupación romana. Ahora ha llegado a la ciudad Messala, el nuevo jefe militar de la región, y el cual fuera amigo de Hur en su niñez. Pero Messala viene con ideas radicales destinadas a aplastar a la insurgencia local, y para ello le exige colaboración total a Hur, lo que implica traicionar a sus amigos. Ante la negativa del judío, Messala decide utilizarlo para dar un castigo ejemplar, vendiéndolo como esclavo y enviando a la cárcel a su madre y su hermana. Ahora han pasado los años y Ben-Hur se ha ganado el favor del cónsul romano Quintus Arrius – después de salvarle la vida en el fragor de un combate ultramarino contra las fuerzas navales de Macedonia -, razón por la cual ha sido adoptado por éste y se ha convertido en ciudadano romano. Y, utilizando su nuevo status y prestigio, está decidido a volver a Jerusalén y cobrar venganza sobre Messala, a la vez de recuperar a su madre y hermana. Pero la presencia de un predicador judío – que dice ser el hijo de Dios – alterará sus planes, ya que su mensaje de amor calará tan hondo que pondrá a Hur en un predicamento, debiendo optar entre la revancha y el perdón… aún con todo el dolor que Messala y su accionar le hayan provocado.

Ben-Hur Majestuoso. Epico. Un despliegue visual que bordea lo obsceno, y una historia que abarca el período mas importante de la humanidad. No hay palabras que alcancen a describir el esplendor de Ben-Hur en términos cinematográficos; es el epitome de la era de oro de Hollywood, una película tan vasta que empequeñece incluso a las megaepopeyas que rodaba Cecil. B De Mille en su momento, y la cual se encuentra refrendada por la friolera suma de 11 Oscars, lo que la convierte en uno de los filmes más importantes de la historia del cine.

Dejando de lado sus impresionantes logros, la versión 1959 de Ben-Hur no es lo que se dice una película equilibrada. La novela original – que data de 1880 y fue escrita por un general que participó en la Guerra de Secesión norteamericana – funcionaba como una versión alternativa de la historia de Cristo; las desventuras de Ben-Hur ocurrían al mismo tiempo que Jesús salía a la palestra pública, y los caminos de ambos hombres se entrecruzaban una y otra vez, tras lo cual el otrora potentado judío terminaba abrazando el cristianismo y redimiéndose de sus fervientes deseos de venganza contra la milicia romana que había subyugado a su familia. Vale decir, Ben Hur actuaba como testigo privilegiado de los albores del cristianismo. Mientras que el relato de Lee Wallace era un texto con indefectible carga cristiana, la versión 1959 de Ben Hur termina utilizando a la figura de Cristo como algo anecdótico y, sobre el final, actúa como un Deus Ex Machina (valga la redundancia!) no muy convincente. Hur ha elaborado y concretado su venganza (aún cuando no se haya manchado – de manera directa – sus manos con sangre; un detalle cuidado para que el protagonista no se transforme en un asesino pasible de ser redimido por la fe, lo cual resultaría chocante), y se encuentra devastado al descubrir que el resto de su familia se ha infectado con la lepra, fruto de años de hacinamiento en las cárceles romanas. Pero Hur nunca abraza con fervor la fe cristiana ni se maravilla con las palabras de Jesús – sólo con su presencia, la cual es deslumbrante -; y, cuando precisa la ayuda del hijo de Cristo en el momento mas acuciante de su vida – que es cuando su madre y su hermana corren riesgo de muerte debido al estadío avanzado de su enfermedad -, actúa con el eogismo propio de un hombre desesperado mas que como un auténtico creyente que ha depositado su fe en Dios y en el destino. Nunca hay una charla o un pedido directo a Jesús – el único contacto se da a través del ofrecimiento de un cuenco con agua -, e incluso el milagro se da de manera indirecta: en la noche del día de la crucifixión se da una densa lluvia, la cual parece lavar los pecados de los hombres, y cuya agua depura a las mujeres de Ben Hur de sus enfermedades. Recién allí el otrora potentado judío termina abrazando los ideales cristianos – pero sólo cuando obtiene hechos, pruebas de primera mano del poder de Cristo -.

En ese sentido, la versión 1959 de Ben Hur funciona de manera bastante pobre como herramienta de difusión cristiana. El filme se preocupa mas de hablar de la figura – ensalzándola con discursos estoicos de testigos presenciales, soltando una andanada de coros y creando momentos acartonados – y no tanto de las enseñanzas de Jesús. Desde ya que las apariciones del Mesías están hechas con estilo – Jesús nunca habla, siempre está de espaldas y, cuando aparece, los demás quedan impresionados -, pero da la impresión de que el relato del hijo de Cristo es un atachado que sólo sirve para resolver el predicamento de la familia de Ben Hur, y brindarle algún tipo de finale a la historia. Quiten la historia de las mujeres leprosas y la presencia del hijo de Cristo y – con mínimos cambios – verán que la trama funciona exactamente igual, siendo simplemente una historia de venganza con ribetes épicos: el protagonista vuelve a estar frente a frente con aquellos que se las apañaron para arruinar su vida, sólo que después de transitar una serie de intrincadas vueltas creadas por su propio destino.

El otro punto es que Ben Hur nunca se siente como una recreación viva y creíble, sino como una puesta teatral excedida en caros maquillajes. Las armaduras romanas son pristinas y hasta los pobres de Judea tienen sus harapos limpios y carentes de polvo. No es un universo “usado” y viviente, sino un conglomerado de impecables decorados y miles de extras vestidos con ropas de época recién salidas de la tintorería.

Desde ya, siempre se ha comentado la existencia de un subtexto homosexual en la historia – da la impresión de que Messala y Ben Hur fueron amantes en su juventud (lo cual explicaría su reacción desmedida del romano ante su regreso y el rechazo); incluso hay connotaciones gay en la relación entre Hur y el cónsul romano que termina adoptándolo (!) -, el cual me parece innegable. ¿Por qué escandalizarse?. ¿Simplemente porque Jesús aparece en esta historia?. En los tiempos previos a la llegada de Cristo – período que comprende el esplendor de las culturas griega y romana – la homosexualidad era moneda corriente, y figura en las biografías de Alejandro Magno, Adriano, Aristóteles o incluso se puede leer en los textos homéricos al hablar de la relación entre Aquiles y Patroclo. Quizás era un tema delicado para la década del cincuenta, época en la cual se rodó el filme – y por lo cual los guionistas que pasaron por el proyecto salieron en masa a negarlo -, pero no lo era para el contexto histórico en el que transcurre la epopeya. Que dicha lectura está latente en el texto, y que la misma contribuiría a entender mejor las motivaciones de los personajes, es algo que nadie puede discutir (en particular la relación con el cónsul Quintus Arrius – a mi juicio, la subtrama mejor desarrollada y más interesante de la película -, la que está salpicada de nobleza y admiración mutua, y que provoca que el eternamente reacio Ben Hur termine abrazando inusualmente la cultura romana, convirtiéndose en un paladín de la sociedad imperial).

Es innegable la impronta del filme como super producción: los enormes decorados, los miles de extras, los fastuosos vestuarios. El problema es que, en semejante contexto, el drama humano se siente algo perdido. Quizás una representación teatral del texto – hecha con dos harapos y tres decorados – serviría para descubrir las limitaciones del libreto. Los personajes no obtienen la profundidad que debiera, ya que siempre están opacados por lo fastuoso del escenario. ¿Es realmente Ben Hur un hacedor de su destino, o simplemente su fortuna lo ha llevado de regreso a enfrentarse con su victimario?. Uno no siente que Hur tenga un dilema interno de gravedad; el tipo está de regreso y planea vengarse, aún después de todo lo que ha pasado y aprendido e, incluso, después de ser bombardeado por un montón de personas sobre las bondades del perdón predicadas por el cristianismo. La revancha se sirve en una pista de circo – la memorable escena de la carrera de cuadrigas, la cual es una de las piezas mas impresionantes de la historia del cine: violenta, sangrienta, realista y shockeante -, obteniendo la humillación (y eventual muerte) de su victimario. La redención cristiana le llega tarde y, honestamente, no sé si es un digno acreedor a la misma.

El otro punto que me anoto es su posible lectura alegórica. No es dificil leer a Roma en terminos del nazismo mas rancio: una raza de superhombres convencidos de ser los elegidos para reglar el mundo, aplastar a los opositores y difundir su cultura a toda costa. Hur se niega a ser un colaboracionista, termina en un campo de trabajo, salva a un miembro del partido, obtiene el beneplácito del mismo – lo cual debería verse como una traición a sus propios ideales; ¿no era que Hur nunca ayudaría al régimen en ninguna de sus formas? -, y regresa a enfrentar al mariscal de campo en su propio terreno. En muchos sentidos la victoria de Ben Hur en el coliseo se asemeja a la del moreno Jesse Owens en el estadio de Berlín durante las olimpiadas de 1936: un indeseable, un miembro de una raza impura, derrota a los elegidos en su propio campo. A regañadientes las autoridades lo reconocen, pero bien quisieran poder mandarlo a una mazmorra.

Sin lugar a dudas Ben-Hur es la épica de las épicas; su opulencia – visual, temática, musical – es formidable; pero tampoco es un espectáculo redondo, y a veces se regodea en exceso con su propia majestuosidad. A mi juicio le sobra una hora (dura 3 horas 40´!) y la subtrama cristiana precisa mayor desarrollo, convirtiendo la presencia de Jesús en algo de mayor peso dramático y no en un simple dato anecdótico insertado en el relato. La evolución del personaje principal es algo brusca, y le falta mas tridimensionalidad a los caracteres; pero quizás eso sea el defecto de fábrica de todas las épicas, en donde prefieren realzar el contexto hasta el punto en que el individuo queda perdido dentro de la enormidad de los gigantescos escenarios.