Crítica: La Batalla de las Ardenas (Battle of the Bulge) (1965)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1965: Henry Fonda (teniente coronel Daniel Kiley) , Robert Shaw (coronel Martin Hessler), Robert Ryan (general Grey), Dana Andrews (coronel Pritchard), George Montgomery (sargento Duquesne), Ty Hardin (teniente Schumacher), Pier Angeli (Louise), Charles Bronson (mayor Wolenski), Hans Christian Blech (ayudante Conrad), Werner Peters (general Kohler), James MacArthur (teniente Weaver), Telly Savalas (sargento Guffy)

Director: Ken Annakin, Guión: Phillip Yordan y John Melson, Musica – Benjamin Frankel

Trama: El coronel Martin Hessler es llamado por los altos mandos alemanes para lanzar la última gran ofensiva contra las fuerzas invasoras aliadas. Es puesto al mando de una escuadra de los modernos tanques panzer King Tiger, fuertemente armados y blindados, y deberá correr durante un lapso de 50 horas en el corredor de los países bajos que desemboca en la región de Las Ardenas. La idea es partir en dos las fuerzas aliadas, y darle tiempo de respiro para que el ejército nazi pueda completar la producción de numerosas armas innovadoras como cazas jet, bombas voladoras e incluso el proyecto de una bomba atómica. Mientras tanto, el teniente coronel Kiley, de la inteligencia norteamericana, ve movimientos sospechosos en la zona y advierte a sus superiores sobre la posibilidad de un gigantesco golpe sorpresa por parte de los nazis. Ante el descreimiento de los mismos, Kiley se maneja de modo independiente – continuando con su acumulación de pruebas – hasta que los nuevos panzer comienzan a asestar golpes mortales a los ejércitos aliados. Y todo parece indicar que la escalada al mando de Hessler es virtualmente imparable.

La Batalla de las Ardenas Antes de El Señor de los Anillos y Gladiador; y mucho antes de la llegada a las pantallas de La Guerra de las Galaxias, lo que Hollywood entendía como cine épico se restringía a dos géneros: el Peplum (o cine de griegos y romanos), y el cine bélico. Ok, ocasionalmente se producían algunos filmes sobre la caballería feudal de la Edad Media, pero no son tantos en comparación con los géneros ante mencionados.

Las películas de guerra me resultan particularmente fascinantes, más allá que por norma no son fieles a los hechos históricos que relatan. Es interesante notar algunas características que se reproducen en la mayoría de filmes del género: primero, que ponen un mayor enfasis en el detalle del bando aliado (o norteamericano) que en el bando contrario. Estos filmes suelen tener multitudinarios castings, y usualmente el 80% de los actores conocidos juega del lado de los buenos. Segundo, siempre terminan siendo panfletos políticos. Si bien es cierto que las películas de guerra se producieron desde los años 40 (durante la misma Segunda Guerra Mundial, donde su caracter publicitario era más que evidente) hasta fines de los 70, siempre estos filmes terminan con un fuerte mensaje pro americano, mejor o peor camuflado. Tercero, los filmes de guerra se circunscriben en el 90% de los casos a la Segunda Guerra Mundial.

Este es un factor importante. En el siglo XX hubo numerosas guerras, pero la Segunda Guerra Mundial sin dudas ha obtenido status de culto. Las razones son muy simples: la Primera Gran Guerra no tuvo choques tan espectaculares ni personajes tan conocidos. Hoy todo el mundo sabe quién fue Eisenhower, Patton, Rommel, Montgomery, etc. Es una cuestión de error de percepción, ya que la Primera Guerra Mundial es vista como una aburrida guerra de trincheras; además, el abuso que hicieron los vencedores sobre las naciones derrotadas es algo que prefirieron olvidar (sin ir más lejos, abonaron el terreno donde germinaría el nazismo). Pero después de la Segunda Guerra, ningún otro conflicto sería resuelto de modo tan “elegante” o con una victoria tan espectacular. Ni la Guerra de Corea, ni mucho menos la Guerra de Vietnam tuvieron la misma recepción a nivel popular. Una terminó con un empate técnico, y la otra fue una flagrante derrota para los americanos.

Temáticamente la Segunda Guerra Mundial es el sueño de cualquier productor de Hollywood. Tenemos el bando de villanos (la Alemania Nazi, el Japón imperial), y el bando de los buenos. Los malos muy malos (el rígido imperio del mal, perverso y sádico) y los buenos impecables y valientes (una masa de burócratas que triunfan a partir de los heroísmos individuales de personajes indisciplinados). Lo cual es una falacia que terminó por convertirse en un clisé del cine. A mí me resulta particularmente detestable el perfil que se le suele dar al nazismo, que termina por ser un ejército de locos y perversos, cuando en realidad no es así. Esto de ningún modo es una apología de la Alemania Nazi (mas bien todo lo contrario), pero es absolutamente falso reducir al nazismo al término de una caricatura. El ejército alemán tenía soldados que luchaban por su patria, y comandantes que abrazaban la idea mesiánica de un imperio. El generalato alemán pensaba que poseía una superioridad racial, y disponían de algunos de los mejores generales y científicos militares de la historia. No era una nación de locos y estúpidos, porque un grupo de idiotas no podría invadir Europa y tener en jaque al resto del mundo. En todo caso, los altos mandos nazis deberían ser perfilados como un grupo de amorales con poder. Personas que consideran al resto del mundo (a aquellos que no integran su grupo) como objetos, y que despachaban / eliminaban a los mismos en términos de su propia conveniencia. Es mucho más escalofriante ver a un individuo sin conciencia – o con valores morales atípicos – hablando sobre eliminar expeditivamente a millones de seres humanos sin mosquearse, que ver a un idiota uniformado riéndose estúpidamente de su maldad. El perfil más adecuado para retratar al nazismo es el que puede verse en filmes como la excelente Conspiracion, donde Kenneth Branagh resulta ser un personaje carismático y agradable – incluso hasta un individuo con quien uno podría compartir una mesa – que decide con absoluta frialdad la eliminación de millones de judíos en la llamada La Solución Final. Esa clase de individuos – monstruos con piel de personas -, que podrían estar entre nosotros, que se comportan con absoluta naturalidad pero que poseen ideas totalmente radicales y amorales acerca de quienes no integran su clase, es un retrato mucho más terrorífico y adecuado desde mi punto de vista.

Pero Hollywood ha dado muy pocas veces semejante perfil al nazismo, y lo ha relegado al papel de villanos de cartón pintado. Afortunadamente en este filme de 1965 le da algo de tridimensionalidad a algunos personajes (el ficticio general Hessler, su ayudante Conrad), pero siempre la balanza es desigual, y hay mayor cantidad de actores conocidos del bando aliado (a favor del filme debe mencionarse que no hay tantos personajes en la trama, ya que los filmes épicos de guerra suelen saturarse de tantos actores que terminan por parecer una película Aeropuerto). Esto también resulta en otra serie de clisés del género, como que los generales aliados son idiotas, y los soldados y oficiales inferiores terminan salvando las papas del fuego gracias a su indisciplina y a actos heroicos individuales. En el caso de La Batalla de las Ardenas, el coronel que interpreta Dana Andrews es absolutamente patético, limitándose a negar cualquier cosa que Henry Fonda afirme. Y del mismo modo, el general de Robert Ryan se limita a poner poses heroicas, caras de circunstancia y sobre dramatizar cada una de sus decisiones. Son personajes totalmente ineptos, mientras que a Henry Fonda y un puñado de soldados (Charles Bronson, Telly Savalas, James MacArthur) les toca la tarea de corregir los errores de criterio de sus superiores. Los clisés se repiten: el paternal teniente que lidera un escuadrón de intrépidos, el amoral soldado que hace negocios durante la guerra pero termina por sucumbir al llamado del deber; el cobarde que termina por redimirse con un gesto heroico que salva el día…

Pero, por el lado de los nazis, si bien las cosas no están mejor repartidas, el peso de la actuación de Robert Shaw es descollante. No es que sea una gran interpretación, pero es un personaje enigmático, difícil de descifrar. Por un lado es el general que lleva el honor prusiano y el orgullo de pertenecer al ejército alemán en sus venas. Por otro lado, es el hombre abierto a sondear la realidad para conocer donde está parado. Y también es un hombre despótico, que cree en la mano de hierro y la disciplina como herramientas para el éxito del ejército alemán. En todo caso, es un personaje con su propio código de conducta, lo que lo hace interesante. Sus choques con el ayudante Conrad son realmente sabrosos, en donde Hessler nunca termina de ser simpático hacia la platea (imagino que la idea de describir un nazi con carisma debe aterrar a cualquier guionista en Hollywood) pero siempre es interesante de observar. En todo caso, Conrad viene a ser la voz de la razón: en particular en la escena donde discuten acerca de los beneficios de la nueva ofensiva. “¿Ganamos la guerra?” “No”, “¿Perdimos la guerra?” “No”, “¿Entonces, para que sirve?” “Para mantener la guerra”.

Como todo filme bélico hay licencias, errores, anacronismos, gaffes. A mí no me importan si lo que se ven son tanques panzer King Tiger o tanques americanos camuflados. El filme es un intento de la Warner por crear algo similar a El Dia Mas Largo del Siglo (que fuera codirigida por Annakin), aunque el resultado es algo dispar. Visualmente es espectacular, con un gran despliegue en las refriegas entre tanques. Pero la película olvida algunos de sus propios postulados: la ofensiva nazi tiene lugar porque habrán dos días de mal tiempo, cuando en la mayoría de las escenas se ve el tiempo despejado. Pero más allá de algunos acartonamientos, es un filme épico ampliamente disfrutable e intenso, si bien su duración es algo larga y hay algunas escenas que se extienden demasiado. La música es particularmente horrible salvo un par de marchas militares, y los efectos especiales son dentro de todo aceptables. Pero es un muy buen espectáculo que merece verse.