Crítica: La Batalla de Inglaterra (Battle of Britain) (1969)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1969: Harry Andrews (oficial en jefe), Michael Caine (lider de escuadrón Canfield), Trevor Howard (vice mariscal del aire Keith Park), Curt Jürgens (Baron von Richter), Ian McShane (sargento Andy), Kenneth More (capitán Baker), Laurence Olivier (mariscal del aire Sir Hugh Dowding), Nigel Patrick (capitán Hope), Christopher Plummer (lider de escuadrón Colin Harvey), Michael Redgrave (vice mariscal del aire Evill), Ralph Richardson (embajador Sir David Kelly), Robert Shaw (lider de escuadrón Skipper), Patrick Wymark (vice mariscal del aire Trafford Leigh-Mallory), Susannah York (oficial Maggie Harvey)

Director: Guy Hamilton, Guión: Wilfred Greatorex sobre el libro de Derek Dempster, Musica – Ron Goodwin

Trama: Inicios de la Segunda Guerra Mundial. Los americanos no han ingresado al conflicto y los británicos son los únicos que intentan detener el avance de Hitler sobre Europa. Pero tras perder Francia, los ingleses quedan relegados a la isla británica, con fuerzas diezmadas y aguardando la inminente invasión alemana. Los nazis deciden, antes de implementar la operación Leon Marino – el asalto directo a Inglaterra mediante desembarco -, realizar numerosos raids aéreos para disminuír la capacidad defensiva británica. Corre la primavera de 1940 y, sin ningún otro tipo de apoyo, todo parece indicar que la derrota inglesa es inminente. Sólo un puñado de pilotos y sus Spitfires son lo único que se interpone en los planes de invasión nazis, siendo superados en proporción de 4 a 1.

La Batalla de Inglaterra El cine de guerra siempre fue cine de propaganda, y se erige en enormes banderas nacionalistas donde las historias se idealizan y se construyen héroes. Existe muy poca cinematografía revisionista, en especial de la Segunda Guerra Mundial, sencillamente porque el género perdió fuerza en los 70. Salvo algunas excepciones – como Rescatando al Soldado Ryan -, el cine de la segunda guerra pasó de moda y por lo tanto, perdió mucha de su oportunidad en dar una visión mucho más realista de lo acontecido.

En general el cine de guerra de los 60 y 70 participa de cierta estructura propia del cine catástrofe. Un puñado de actores conocidos, pequeños bolos con historias intranscendentes, grandes escenas de acción, y un desfile de clisés heroicos hasta el hartazgo, aparte de visualizar a los nazis / japoneses como el demonio de turno. En más de un sentido es una estructura patética – los hechos reales pueden ser realmente heroicos, pero la pobreza en el armado de las escenas dramáticas y los lineamientos de los personajes termina por desmerecer las posibles nobles intenciones de la producción -. Es un género realmente muy manipulador, donde todo es blanco o negro, y que padece de los mismos problemas del Western clásico (por ejemplo, los indios son una masa de asesinos fuera de todo análisis posible). No hay demasiado análisis intelectual de fondo.

En los 60 y 70 las producciones de guerra pasaron a la categoría de mega producciones, dotando a las pantallas de una serie de formidables filmes épicos con gran despliegue y contenido hueco. Si uno ya tiene alguna queja sobre lo rutinario de sus esquemas, nada resulta más evidente que La Batalla de Inglaterra. Es un film producido por el equipo Bond de los 60 – productor Harry Saltzman, director Guy Hamilton, e incluso está Robert Shaw en un papel y los títulos pertenecen a Maurice Binder -, y es obvio que la intención de Saltzman aquí es rendir homenaje a los héroes ingleses de 1940, que siendo vastamente superados en número de recursos por los nazis, lograron frenar los raids aéreos alemanes e impedir la invasión de la isla británica.

Para lograr su cometido Saltzman se dedicó durante años a reunir todo tipo de material de guerra superviviente del conflicto, desde bonbarderos alemanes hasta Hurricanes, Spitfires y todo tipo de cazas, llegando a obtener cerca de 100 aviones reales y funcionando, lo cual lo convirtió (en su época) en el 35avo ejército del aire más numeroso del mundo. Sin duda, es un esfuerzo de producción impresionante.

Pero el problema pasa porque todo el dinero fue puesto para las masivas escenas aéreas y, por lo visto, se gastó poco y nada en el apartado guión. El libreto aquí es casi inexistente; vale decir, está Laurence Olivier llorando todo el tiempo de que los van a derrotar, Robert Shaw, Michael Caine y otros hacen algunos cameos extendidos sin interactuar prácticamente con nadie, y la única sub historia con relativo peso dramático es la horrendamente escrita del romance entre Susannah York con Christopher Plummer, un matrimonio de oficiales que por la guerra se encuentran separados. No sólo es totalmente banal, apareciendo en los momentos más inoportunos del relato, sino que además tiene algunas líneas espantosas – York está semidesnuda y con portaligas en un hotel, y le pide a Plummer que apague la luz y se pongan los pijamas para hacer el amor “porque es demasiado tímida”, o el ataque de histeria en el campo de aviación cuando se entera que Plummer tuvo un accidente y está gravemente quemado -. Mientras tanto el seudo libreto dedica más tiempo a ver cómo los nazis se regodean con la Francia ocupada y se preparan a invadir Inglaterra. Y el gran inconveniente es que todas estas escenas dramáticas durarán a lo sumo 30 o 45 minutos sobre un total de 2 horas y media que dura el film.

Entonces es cuando Guy Hamilton entra en acción – sea porque el libreto era muy corto o muy idiota, y quizás presionado porque Saltzman consiguió demasiados aviones y le pidió que los usara todos -. Entiéndanme; las escenas aéreas son realmente espectaculares, y en esa época no existían CGI. Hay explosiones a raudales, los combates están dirigidos con mucho virtuosismo y bastante tensión, y en realidad todo el film da la impresión de un enorme documental recreado a todo color, al que le adicionaron media hora con actores. Pero, a pesar de todo lo formidable de las escenas de acción, a la larga terminan por aburrir – claro, no hay personajes desarrollados por lo que mucho no interesa quién vive y quien muere -. Tampoco se construye algún villano en particular – los nazis son una masa anónima -, así que todo se reduce a una excusa para ver numerosas y bellas secuencias de combate aéreo. Es un film para fans de los aviones, pero en general es bastante largo y superfluo, no siempre consigue el tono épico que busca – si bien la memorable partitura de Ron Goodwin ayuda un poco -, y termina siendo otro espectáculo enorme y hueco, como suelen ser las superproducciones de la Segunda Guerra.