Crítica: Escuadrón 633 (1964)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB / USA, 1964: Cliff Robertson (comandante Roy Grant), George Chakiris (teniente Erik Bergman), Maria Perschy (Hilde Bergman), Harry Andrews (mariscal del aire Davis), Donald Houston (capitán Don Barrett)

Director: Walter Grauman, Guión: James Clavell & Howard Koch, sobre la novela de Frederick E. Smith

Trama: Segunda Guerra Mundial, 1944. Al comandante de la RAF Roy Grant se le encomienda una misión vital para la guerra: ir con su escuadrón de bombarderos Mosquito hasta Noruega para destruir una fábrica que desarrolla el combustible que utilizan los misiles voladores V1 y V2 que lanzan los nazis sobre Inglaterra. Y debe cumplir con el objetivo en los próximos días, de lo contrario dichos cohetes pueden ser redirigidos hacia Normandía con lo cual los alemanes podrían aplastar todo la invasión del Dia D de un solo golpe. Para cumplir la misión Grant depende de dos factores: uno, que la resistencia noruega pueda anular todas las defensas antiaéreas de la zona y, dos, que él y su escuadrón hagan un vuelo rasante durante 10 minutos – y a menos de sesenta metros de altura – a través del intrincado fiordo para lanzar sus bombas sobre el pico de la montaña y provocar un alud que sepulte a la fábrica bajo toneladas de escombros. Pero las cosas no salen como lo previsto y pronto Grant se dará cuenta que se ha hecho cargo de una misión suicida.

Escuadron 633 – Señores… nuestro objetivo es una pequeña superficie de no más de 12 metros. Nuestros cazas deben penetrar en un largo corredor repleto de artillería enemiga, esquivarla, e intentar lanzar las bombas en el objetivo.

– ¡Que la Fuerza los acompañe!

(¡Ah, no!. ¡Esto último pertenece a otra película!)

En los 60 las peliculas de guerra en cinemascope y technicolor se habían puesto de moda, y la popularidad les duraría un tiempo hasta que la nube negra de Vietnam terminara por invadir y opacar todo, diciéndonos que la guerra no era saludable, limpia ni heroica. Con el tiempo uno tiende a embellecer las cosas y, en el caso de la Segunda Guerra Mundial, lo habitual era poner todo en terminos épicos: los descomunales villanos que eran los nazis y los heroicos justicieros que eran los aliados. El tema era que uno salía del cine, prendía la TV, veía el noticiero, y contemplaba como los americanos seguían empantanados en lo que ellos habían considerado “una guerrita de mier…” en un pais ignoto de Asia, conflicto que ya le llevaba una bocha de años y por el cual despachaban todos los días miles de cadáveres de soldados yanquis de regreso a su hogar. Mientras Hollywood vendía que el heroismo y el esfuerzo terminaba por triunfar, afuera – en la realidad – uno veía doblegarse hasta las rodillas a a la potencia mas grande del mundo (la misma que habia subyugado a los nazis 20 años atrás).

La otra curiosidad es que buena parte del cine bélico de los 60 terminó por considerar a la guerra tradicional como algo anticuado. Es posible que el auge pop y la fantasía comic a lo James Bond hicieran mella en los libretistas de la época, quienes quisieron tomar lo más futurista de la Segunda Guerra Mundial y lo trajeron a la palestra de una serie de películas con visos de ciencia ficción retro. Vale decir, de pronto vino una oleada de espías / escuadrones / comandos que debían destruir instalaciones de misiles V1 y V2, arrasar con fábricas que producían material radiactivo para la primera bomba atómica alemana, o sabotear la última arma experimental germana que se le hubiera ocurrido a los guionistas de turno, con lo cual los nazis pasaban a ser otros villanos dispuestos a dominar / destruir el mundo al estilo de Spectre, Ernst Stavros Blofeld y otros siniestros antagonistas bondianos. Después de ver por enésima vez la misma película con diferente protagonista, la gente comenzó a cansarse y el cine de la Segunda Guerra Mundial terminaría por entrar en decadencia, siendo el último gran exponente del género Un Puente Demasiado Lejos en 1977.

Escuadrón 633 viene de la mano de The Mirisch Corporation, los mismos productores que hicieron los cortos de La Pantera Rosa y una parva de filmes interesantes como Los Siete Magníficos. Aquí esta gente se tomó la molestia de ir por toda Inglaterra alquilando o comprando caza bombarderos Mosquito, los cuales habían sido dado de baja del servicio por la RAF el año anterior, y habían sido vendidos a particulares o entregados a museos. Al tener aviones reales y funcionando, la película adquiere un enorme grado de verosimilitud. Ver a estos artefactos volando – sumamente versátiles, veloces y aerodinámicos – es de por sí un espectáculo.

Pero tal como pasa ahora, ni la presencia de los Mosquito ni los efectos especiales hacen de por sí solos una película, y los problemas pasan por el lado del libreto. Es una sarta de episodios unidos con saliva y con un desarrollo dramático realmente estoico. Primero tenemos al recientemente fallecido Cliff Robertson, un americano haciendo de piloto inglés, al cual le dan una misión a todas luces suicida y la acepta sin chistar. El tipo se deja bravuconear por Harry Andrews, en otro de sus típicos roles antipáticos con los cuales hizo una carrera. A Robertson lo asiste George Chakiris, maquillado como una drag queen y que tiene más pinta de rockero rebelde a lo Elvis que de miembro de la resistencia noruega. Chakiris es quien tiene la misión de aniquilar las defensas antiaéreas del objetivo y Robertson es el líder del escuadrón de bombarderos Mosquito. En el medio hay un desarrollo dramático medio horrendo, que intenta tridimensionalizar (sin éxito) a los personajes. Después de eso, pasamos a la misión. A Chakiris las cosas no le salen bien y cae en manos de los nazis; y como Robertson es el único piloto de la RAF que sabe volar (o así parece), lo mandan a bombardear la mansión noruega en donde están torturando a Chakiris, así no delata la misión y deja de atormentar al público con su horrenda performance. Bien que se lo merece por mal actor.

Como si todo esto fuera poco, apenas regresa Robertson a Inglaterra – luego de matar a su mejor amigo, que para colmo era el hermano de su novia! -, se entera que la misión suicida se ha adelantado y en menos de 10 horas debe volver a salir – así es; otra botoneada de Harry Andrews – y, para colmo, el operativo de sabotaje de las defensas antiaéreas se ha ido al caño. ¿Ves? Eso te pasa por matar a George Chakiris.

En realidad lo único rescatable de Escuadrón 633 es el ataque aéreo del final, que George Lucas se lo robó con pelos y señales y lo incorporó a La Guerra de las Galaxias. El asalto a la Estrella de la Muerte está directamente inspirado (cof, cof!) en el climax de este filme, y hasta los cañones antiaéreos de Star Wars imitan el diseño de los Flak 43 alemanes. Y aunque los efectos especiales a veces dejan que desear (los aviones doblan en 90º en el aire o quedan pedazos de maquetas colgando de los hilitos cuando explotan), toda la secuencia es excitante y vale la pena. El problema son los personajes, que son estoicos como la estatua de San Martín; el atroz comentario final de Harry Andrews lo delata como un feroz burócrata y todo el sacrificio previo de nuestros héroes resulta indebidamente menospreciado.

Como película de sábado a la tarde, Escuadrón 633 se deja ver. No es una maravilla, entretiene con lo justo, pero uno debe apretar los dientes cuando esta gente sale a escena a decir un diálogo, ya que el libreto tiene el estoicismo propio de los filmes de guerra del año 40. Como sea, vale la pena, aunque sea tan solo por ver el antecedente prehistórico del ataque final a la Estrella de la Muerte.