Crítica: Tres Superhombres en Tokio (1968)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Italia / Alemania Occidental, 1968: George Martin (teniente Martin), Salvatore Borghese (Dick), Willi Colombini (Willy), Gloria Paul (Gloria), Elisabetta Wu (Yamita), Mino Doro (Jacob Ferré)

Director: Bitto Albertini, Guión: Mario Amendola, Bitto Albertini & Evroni Ebert

Trama: Una intriga internacional: alguien ha filmado el amorío secreto de un conocido principe heredero inglés con una notoria espía soviética, y se apresta a hacer público el romance, a menos de que el gobierno pague una cuantiosa cifra de dinero. Unidas las fuerzas policiales internacionales para desbaratar la maniobra – ya que creen que el escándalo volteará al gobierno inglés y lo hará renunciar tanto a la OTAN como al consejo de seguridad de la ONU – , han convocado al teniente Martin del FBI para que capture a los Supermen, una dupla de ladrones de inusitada audacia y capaces de cometer los atracos más improbables. La idea es utilizar a los Supermen y sus fantásticos dones – son acróbatas excepcionales y poseen trajes a prueba de balas – a favor de la causa, a cambio de una condonación de sus crímenes. Así es como Martin termina en el mismo equipo de los ladrones, los cuales pronto demuestran ser tan indisciplinados como pendencieros. Y es que el trío debe robar la película del chantaje de las garras de un poderoso mafioso asentado en Japón, el cual posee una fortaleza inexpugnable. El problema es que la única manera de entrar parece consistir en utilizar un dispositivo experimental que puede miniaturizarlos a unos escasos 10 cm de altura durante media hora, y aprovechar ese mínimo tamaño para colarse por la seguridad de la mansión. Pero el aparato no siempre anda como debiera y no siempre se tratan de 30 minutos exactos… con lo cual el operativo para rescatar la cinta no terminará de salir como corresponde.

Tres Superhombres en Tokio (1968) Terriblemente boba, tremendamente divertida. Es imposible chequear el guión de Tres Superhombres en Tokio en busca de coherencia, simplemente porque no existe; toda la historia se siente como un borrador gigantesco escrito en un puñado de horas por un libretista trasnochado, el cual careció de tiempo para darle siquiera una segunda mirada. Las escenas se suceden por una cuestión de inercia pero no de lógica, y los Deus Ex Machina forman parte natural del lenguaje del filme. Aún con toda la desidia del libreto, Tre Supermen a Tokio termina por triunfar por cansancio, ya que hacen tantas tonterías que uno termina por ser seducido por el lado oscuro… de la pavada.

Los Supermen vienen a ser la evolución natural de las intentonas del cine itálico en hacer pie en el género de los superheroes, el cual se había puesto de moda a partir del suceso de la serie de culto Batman de 1966. Los italianos probaron varios caminos: por un lado quisieron hacer superhéroes propios y serios, usando el modelo norteamericano dictado por la Marvel y la DC Comics, con lo cual dieron a luz cosas como Superargo (1966); por otra parte se dedicaron a adaptar historietas continentales, más caras a los gustos nacionales, y en las cuales los protagonistas tenían un lado oscuro o eran directamente villanos, como Diabolik (1967) o Kriminal (1966); y, por último, mezclaron todo eso y lo volcaron para el lado de la comedia, pariendo cosas como el producto que nos ocupa. Curiosamente la fórmula de los Supermen terminó siendo un éxito, engendrando 7 películas oficiales (aunque corren por ahí un par de versiones turcas truchas) entre 1967 y 1986.

Si uno mira en detalle, verá que la mecánica de los filmes de los Supermen no difiere en lo más minimo de las comedias de Terence Hill y Bud Spencer, con lo cual uno podría meter a todos en la misma bolsa y bautizarlo como slapstick all’italiana: la gracia de todo el asunto reside en los tortazos y en las inspiradas coreografías de las masivas peleas en que se ven envueltos los protagonistas. En cuanto al resto, las historias son un chifle de aquellos, las escenografías son de cartón pintado, y la rigurosidad narrativa brilla por su ausencia. En más de un sentido estos filmes se asemejan a las comedias argentinas berretas de los 60s y 70s, filmadas en dos días y con dos mangos, en donde la gracia residía en las improvisaciones de los protagonistas antes que en los aberrantes libretos que les tocaban en suerte. Aquí hay algo más de locaciones y el celuloide es de mejor calidad, pero la mediocridad transpira por todos sus poros. Incluso estas comedias italianas tienen la misma desidia creativa que las argentinas, ya que los personajes tienen el mismo nombre de los actores que las interpretan – ¿se acuerdan de Alberto “Capelletti”?; bué, acá hay un teniente Martin, un ladrón llamado Willy, e incluso la vampiresa de turno se llama Gloria… tal como George Martin, Willy Colombini o Gloria Paul -.

Si bien a los cinco minutos de comenzada la proyección uno percibe toda la caterva de defectos de la película, eso no quita que uno no deje de engancharse y divertirse. Comenzando por el trío principal, el cual posee un estado atlético formidable – George Martin había sido atleta olímpico antes de entrar al cine, y los otros dos eran reconocidos stunts del cine italiano – y hace acrobacias notables; y después por la historia (o la falta de ella), que es una pavada tras otra. Que el principe Carlos (u otro heredero similar a la corona inglesa) se haya enganchado con una espía rusa en un tórrido romance, no constituye ni por asomo un escándalo tan grosso como para que Gran Bretaña salga de la OTAN o renuncie a su banca en el consejo de seguridad de la ONU. Después, estos tres se van a Hong Kong porque “creen” que la cinta del chantaje está allí… aunque en realidad aterrizan en Japón y comen comida china (!!) – en esos momentos es cuando uno piensa seriamente que el libretista estaba pasado de alcohol o, bien, en toda su vida nunca fue a más de 50 metros de su casa, con lo cual desconoce que Hong Kong, Japón y China son tres países diferentes, y no barrios de una misma ciudad (!!!) -. Hay mucho decorado falso, hay muchos japoneses falsos, hay muchos japoneses hablando en italiano (wtf?!), muchos personajes salidos de la nada, y muchas ridiculeces – como tipos saltando desde edificios de 26 pisos sin paracaídas, o rechazando balas con unas mallitas hechas con fiselina berreta -; pero, como los tres principales son simpáticos, uno perdona las idioteces y, por cansancio, termina festejándolas.

En sí los Supermanes del título no tienen nada de extraordinario. Son tres tipos en calzitas, las cuales son a prueba de balas. Como tienen capuchas y unas capitas ridículas parecen superhéroes pero no lo son. Cómo se hicieron con esos trajes es un misterio – posiblemente explicado en la anterior película, ya que ésta es la segunda de la serie -, aunque me da la impresión de que la naturaleza de los Supermen (así como los actores que los protagonizan) cambian de una película a la otra. Antes trabajaban con la ley, ahora son unos ladrones pasados de rosca, los cuales son reclutados a la fuerza. Lo cierto es que los tipos se pavonean por ahí, reciben pistas caídas del cielo y, cuando la trama parece extinguida, terminan por despacharse con un dispositivo que los miniaturiza… algo que resulta completamente inútil en la práctica, ya que podrían hacer las mismas cosas estando con su tamaño normal.

Tres Supermanes en Tokio es un disparate sin pies ni cabeza, pero divierte. Las tonterías le ganan a uno, con lo cual la indignación se transforma en risa. Me han dicho que hay otras entregas más graciosas, razón por la cual nos pondremos a sondear en la web para encontrarlas. Hasta entonces, nos deberemos conformar con esta perlita.